lunes, 28 de septiembre de 2009

Peluquero: un oficio de otra época



La primera planta de la Casa de los Arcos, (La Condamine y Tarqui) un sitio patrimonial, parece un museo. O por lo menos viejas sillas de marca Korem, incrustadas con un soporte de metal en el piso, provocan ese ambiente.

Diez espejos de todos los tamaños, muebles viejos, que aún tienen su utilidad para colocar las peinillas, tijeras, alcohol y toallas, dan cuenta de oficio que se desarrolla en el sitio. Una de las peluquerías para hombre más antigua de la ciudad.

Allí parece que todo se amontona. Hay por lo menos unas cinco sillas de madera, tinas de plástico, fundas, cepillos...

Guillermo Vázquez Arias (78 años) con un mandil blanco algo gastado, con bolsillos a los lados, y un gorro atiende a sus clientes, que vienen a cortarse el cabello desde hace más de 50 años. Los clientes más antiguos de este peluquero prefieren que él mismo los atienda.

Las manos de Guillermo, pese a su edad son ágiles y no hay mucha conversación con sus amigos al momento de laborar.

Él sabe los estilos de corte de cada uno y las instrucciones de las personas que se sientan en la vieja silla se limitan al uso de la máquina o solamente de la tijera para el corte de cabello.

Guillermo hace los últimos cortes y le retira una tela azul de la espalda de Juan, de 70 años. Le cobra un dólar y se despiden amistosamente. Luego descansa en una de sus sillas blancas igualmente viejas. Esta debe tener unos 100 años dice orgulloso de su silla, que fue heredada de su tío.

La decoración de la peluquería está mezclada con lo antiguo y moderno. Las fotografías de modelos actuales están contrastadas con posters y antiguos calendarios.

La decoración del techo y las paredes de una casa patrimonial de la época de la colonia de 1800, en cambio, dan un toque especial a esta peluquería, que es la mejor huésped de la Casa de los Arco, que ahora es administrada por la Universidad de Cuenca.

Un tío, al que no recuerda su nombre le enseñó el oficio. Uno de las cosas más difíciles fue usar un pedazo de cuero para afilar las navajas de afeitar y usarlas con los clientes. Ahora ellos prefieren las afeitadoras. Aunque él reconoce que los rostros quedaban más lisos.

No tiene muchos clientes, pero por lo menos 12 vendrán a visitarle duramente el día. Claro unos 50 años antes, su sitio de trabajo era el paso obligado para los que venían del sur, entonces descansaban y se cortaban el pelo, dice Guillermo.

martes, 11 de agosto de 2009

El Chimborazo: una expedición con inexpertos


En la zona hay movimiento. Miles de pequeñas piedras vuelan en círculo y vuelven a caer, luego de que el viento de no menos de 60 kilómetros por hora les da una pausa. Es agosto.

El Chimborazo, el volcán inactivo más grande del Ecuador, (6.310 metros sobre el nivel del mar) se observa imponente desde la carretera que une Riobamba a la comunidad de Arenales (vía a Guaranda).

Son las 16:00. Los rayos del sol iluminan el lugar y el cielo está despejado, pero nada se calienta. El viento es helado e intenso. En medio del clima, el guardabosque da las instrucciones a los pocos visitantes que intentan caminar a la primera parada, el refugio Carrel (4.800msnm), que está a unos 8 kilómetros de la carretera.

Uno de ellos, Jorge Quinde, de 26 años, toma las precauciones para soportar el frío. Saca de su mochila: guantes, una bufanda y tres chompas y se las coloca. Es la primera vez, que observa y siente un clima parecido. Sofía, su acompañante, y él tendrán que subir por piedras y rocas, por no menos de dos horas y media.

El lugar es desolado: solo piedras, rocas y algo de vegetación. De vez en cuando aparecen, en manada, de no más de 10, ciervos, que corren por el sitio. Cuando detectan que el viento vuelve con la fuerza de arrasarlo todo, se sienten, luego de unos minutos, corren. Tampoco hay pobladores. En el trayecto hay dos viviendas a medio construir, sin techos, llenos de tierra.

La caminata es cansada. El frío obliga a los visitantes a sacar más abrigo y a descansar porque el corazón intenta bombear más sangre y se acelera. Han pasado más de dos horas y media, y desde lejos se divisa la primera estación. La luna aparece cerca del Chimborazo.

Ahora, el viento de 70 kilómetros por hora y las rocas volcánicas, dificultan la visibilidad e intentan caminar más rápido para vencer a la oscuridad. El refugio desaparece en medio de las rocas, pero ya están cerca.

Carrel no tiene luz. La pequeña planta eléctrica que provee electricidad al lugar está dañada desde hace tres semanas. El viento azota las puertas. En medio de la oscuridad y de los gritos de los visitantes, para intentar refugiarse de los vientos, una tenue luz se acerca.

Eloy Flores, de baja estatura vive en el primer refugio desde hace siete años. Su hijo, Jhonatan, de 10 años, lo acompaña en tiempo de vacaciones. Eloy tiene colocado en su frente una linterna, que generalmente se observa en las zonas mineras.

Entrar en Carrel no es aliciente para los dos visitantes. Eloy dice que en agosto nadie se queda a dormir en los refugios y tampoco se puede subir a la cumbre del Chimborazo. El clima no favorece a la expedición que no puede durar más allá de ocho horas y solo en las noches de 23:00 a 07:00 (En la mañana el hielo es demasiado resbaloso).

Según Eloy cuando una persona no puede subir a la cumbre en ocho horas no le quedará más que bajar porque se congelará. El viento ahora genera grandes círculos, que chocan en las ventanas y puertas y provocan un sonido aterrador.

Juan, el compañero de Eloy, quien generalmente habita en el segundo refugio Whymper, (5.300 msnm), bajó hace cuarenta minutos. No puede dormir allí porque hace demasiado frío.

Eloy coloca una vela en la mesa de los visitantes y les da algo de comer. Ellos intentan soportar el frío. En menos de 30 minutos, el anfitrión de este lugar, solicita a los huéspedes que usen la segunda planta del refugio para descansar. Allí, hay 10 camas, solamente con una sábana. Todo está lleno de tierra, esto a pesar que los filos de las ventanas están cubiertos con un grueso cartón.

El viento se hace más violento y la temperatura baja a menos 2 grados. Nada es suficiente para mantener el calor y las horas pasan lentas. Todo lo que no esté cerca del cuerpo está congelado. Eloy tiene que levantarse a solucionar el problema de una ventana que se abrió.

Toda la noche hay que lidiar con el helado lugar. A las 5:30, todo está cubierto de una fina capa de hielo. Eloy, Juan y Jonathan ya están levantados. Eloy limpia con una escoba, una espesa capa de tierra que entró al refugio la noche anterior y Juan inicia la caminata para el segundo refugio.

Aún la zona está obscura y la neblina dificulta observar la cumbre del Chimborazo. Johathan, en cambio, no resiste el frío y vuelve a refugiarse en la helada cama llena de tierra. Los visitantes prefieren salir del lugar.

Eloy dice que la única forma de soportar el frío es entrenando previamente en zonas de menor altura, pero ellos no lo han hecho.

En el exterior todo tiene hielo, el viento disminuye y los grupos de siervos aparecen con más frecuencia. Luego de una hora y media, Jorge y su acompañante llegan a la carretera, allí el viento no ha cesado y dos albañiles, totalmente cubiertos, intentan ganarle al viento y hacer una casa.


Algunos datos:

- La entrada al primer refugio está ubicado a una hora de Riobamba y a una hora y media de Guaranda.

- Al ingresar al parque los visitantes nacionales tienen que pagar dos dólares por personas. Los extranjeros 5.

- El recorrido al primer refugio se puede efectuar en vehículo. Caminando hay dos horas y media.

- El refugio tiene un costo de cinco dólares por persona. Por ahora no hay luz.

- El Chimborazo no ha tenido actividad volcánica reciente y se calcula que su última erupción ocurrió hace aproximadamente 10.000 años.

- El Chimborazo es la montaña más alejada del centro de la Tierra debido a que el diámetro terrestre en la latitud ecuatorial es mayor que en la latitud del Everest (aproximadamente 28º al norte)

martes, 16 de junio de 2009

La fiesta del Corpus Christi en Cuenca está llena de tradición


El estruendoso sonido que produce en el cielo un destello multicolor de formas circulares da comienzo a la tradicional fiesta. A las 20h00, el Parque Calderón de Cuenca se convierte en el centro de operaciones de unas 20 personas, todas miembros de una misma familia, que se distribuyen de a poco.

Los hermanos Edwin y Juan Sarmiento Baculima, de 12 y 15 años respectivamente, colocan en la zona este del parque dos pequeños dispositivos de metal, que les servirán en pocos minutos más, para quemar los juegos pirotécnicos que provocan gigantescos destellos de luz.

En menos de cinco minutos, los niños han quemado tres coronas (llamados así porque tienen una forma circular) y cohetes. Su rutina es la misma: corren a la cuadra del frente del parque (calle Sucre) y vuelven de nuevo con más juegos para prenderlos y permitir a los transeúntes, que de a poco se concentran, que los observen.

Así da inicio a la fiesta de Corpus Christi: el cuerpo de Cristo, que en Cuenca mezcla la tradición religiosa de culto al Santísimo sacramento, con música, juegos pirotécnicos y dulces.

Edwin y Juan al igual que 18 familiares más, son los encargados de dar a la fiesta luces y color. Ellos fueron contratados por el prioste mayor de la celebración, la Universidad Católica de Cuenca para el Septenario, es decir para los siete días que dura la fiesta, hasta el próximo miércoles 17 de junio.

Media hora después, Manuel Baculima de 65 años, dirige la maniobra. Sus hijos y nietos trasladan cuatro torres hechos de carrizo, a las inmediaciones de la Catedral de Cuenca, para armar uno de los dos castillos, lleno de juegos pirotécnicos que serán quemados esta noche.

Manuel da las indicaciones respectivas y sus familiares colocan las mechas, los silbadores, palomas y ratones. En medio del castillo está escrita una leyenda relacionada con el prioste mayor.
Esto en medio de ciudadanos, que para esperar la quema visitan las veredas que circundan el parque, que están llenas de unas 85 vendedoras de una variedad de roscas enconfitadas, panes de viento, huevos de alfeñique, “frutas” de limón y zanahoria, cortados de piña, diferentes tipos de cocadas, turrones en forma de hostias y miel de abeja que dan el toque de tradición culinaria a la celebración.

Una vez terminada la construcción total del castillo, Manuel, su hija Inés y tres nietos más ya están listos para lanzar los globos de varios colores. Mientras tanto, la música bailable empieza a sonar.

Inés saca de dos talegos paja para prender la mecha de los globos. Este día lanzarán 288. Ahora todos se concentran en las luces y el sonido que genera el castillo que ya está siendo quemado. Esta sin duda es una forma externa de la alegría de un pueblo por creer en Cristo, dice el Vicario de Cuenca, Guillermo Andrade.

Los ciudadanos esperarán hasta las 22h30 para ver la quema del último castillo. Ellos estuvieron tres horas antes en la procesión religiosa del santísimo sacramento que representado por un copón y una hostia, simbolizan el Cuerpo de Cristo.

Adentro en la Catedral, dos días antes se realizaron las decoraciones respectivas para acoger en el altar mayor al Santísimo. Ahora 10 cirios blancos resguardan la figura. Allí habrá por lo menos 14 celebraciones eucarísticas durante los siete días.

Ya son las 22h00 y los vendedores ambulantes con sus pequeños carros de carnes asadas, y fritada con choclos, entran en escena, se instalan en las calles cerradas en las inmediaciones del Parque Calderón para esperar a sus compradores. (http://www.ciudadanianformada.com.ec/)

sábado, 30 de mayo de 2009

Discriminación

Los rumores aparecieron de repente. En el salón de profesores no había otro tema de conversación: la posible exposición “abierta” a una enfermedad contagiosa. Iban y venían los comentarios, la manipulación de la información se hacía cada más grande y se habían inventado nuevas “verdades”, que en realidad eran mentiras producto de la ignorancia.

El silencio absoluto, se hacía incómodo, cuando la “enferma”, ingresaba al pequeño salón, donde los rumores empezaron. Los docentes, la mayoría con más de 20 años de experiencia en la educación de valores, buscaban cualquier pretexto para alejarse de la “peste”. Una supuesta enfermedad: tuberculosis.

Una simple infección de vías respiratorias se había vuelto un problema de salud general. La falta de comunicación, provocó una alerta de gigantes dimensiones. La única que no estaba enterada que tenía tuberculosis, era la directamente afectada por los comentarios y malos entendidos.

El valor de la solidaridad de un grupo de maestros que maneja ese precepto en las aulas, que por cierto no es practicado en la vida real, no apareció en escena.

A los tres días de rumores, la sensación de rechazo fue evidente. Los gestos de algunas de los “maestros”, los que están juntos a los estudiantes todos los días, era de desprecio y discrimen.

Pocos se acercaron a la enferma para cerciorarse de su posible enfermedad o tomar medidas serias para evitar el contagio en un establecimiento educativo de más de 900 estudiantes. La mayoría prefirió creer y callar.

La reacción de la “enferma” fue inmediata. Simplemente necesitaba remediar la situación…Se convirtió en victimaria y no víctima de una enferma, en este caso de una simple gripe.

Me pregunto si eso es lo que sienten las personas con infecciones más graves, como el VIH-SIDA, donde la ignorancia puede alcanzar altos niveles de discriminación. El aislamiento social es la única solución que conciben estas personas, entre ellos, estos seudos maestros, que se jactan de tener experiencia en resolución de problemas, conocimientos en valores e incluso un buen nivel de educación.

La pérdida de trabajo, por el simple hecho de estar enfermo, es una de las posibilidades más certeras. Los empresarios no desean tener enfermos contagiosos (VIH-SIDA, tuberculosos, e incluso algunos creen homosexuales) y por eso, recurren a la solución más rápida: la separación inmediata de sus cargos, cuando se enteran que hay esa posibilidad de enfermedad.

Por eso, aún en algunas empresas todavía persiste la necesidad de solicitar a sus nuevos empleados pruebas de VIH.

Claro, en el caso de la enferma con una simple gripe, luego de que un médico explicó a los “brillantes maestros” que no serán contagiados, las cosas volvieron a la normalidad.

jueves, 7 de mayo de 2009

Los goles de los peruanos se gritan en Azuay y Cañar


Publicado en www.ciudadaniainformada.com

La cancha de cemento de la calle del Obrero, (noroeste de Cuenca) es testigo de lo que hace apenas cinco años era imposible. Allí están los jugadores. Practican un deporte parecido al “indor” pero con una pelota más grande y menos pesada.

Las facciones de sus rostros no revelan su procedencia. La mayoría puede confundirse fácilmente con ciudadanos de la parte costanera del país o algunos, incluso de la sierra. Solo cuando hablan, las cosas cambian y es posible detectar que nacieron al otro lado de la frontera sur, en Perú.

Alrededor de la cancha, hay esparcidas unas 30 historias. Los hombres llegan de a poco, con sus mochilas e instrumentos de trabajo. Hay quienes se apresuran a terminar sus labores entre materiales de construcción y tractores y vienen a sudar nuevamente, esta vez con ropa deportiva. Otros, terminan sus oficios de vendedores informales a las 15:30 y se concentran.

Los esfuerzos para contener la ola migratoria a fin de impedir el paso ilegal de los vecinos por el Puente Internacional en Huaquillas han cambiado. Las autoridades han modificado sus estrategias y muchos de ellos, hasta son amigos de estos visitantes.

El cotejo sigue con refuerzos: dos policías de Migración se integran al partido. La apuesta es de dos dólares por cabeza.


Un “fulbito” con otros vecinos

La dolarización abrió la posibilidad de mejorar en algo las condiciones de vida de los peruanos y sus familias. La tentación de una moneda fuerte en relación con el Sol, fue tomando consistencia y de igual forma como pasó en Ecuador, pidieron dinero y se aventuraron a viajar a las ciudades más cercanas del otro lado de la frontera norte.

Luego se enfilaron en trabajos informales y todas las áreas laborales que, en cierta medida, habían dejado los ecuatorianos, quienes al igual que ellos, decidieron correr suerte en países más lejanos: Estados Unidos y España.

A sus 42 años, Oscar Rojas, de baja estatura y con innatas características de líder, da muestras de sus pocas ganas de regresar a Trujillo su ciudad de origen. Él es quien busca los espacios como el “fulbito” para organizar a sus compañeros en Cuenca, que según la Dirección Regional de Trabajo son algo así como 600.

Las zonas agrícolas de Cajamarca, Trujillo, Chiclallo y Piura son algunos de los sectores con mayor migración hacia el Ecuador. La falta de oportunidades laborales y el poco incentivo para desarrollar la agricultura, provocaron la salida de los campesinos, que sin duda tienen una historia muy parecida a los indígenas nacionales.

El destino favorito, por la cercanía a sus ciudades de origen fue Machala (El Oro), pero por la alta migración, buscaron otros sitios como Azuay, Cañar y Loja y pese a que en Azuay y Cañar se concentraron en las plantaciones de flores de Paute y en La Troncal, para la zafra, Cuenca se convirtió en una de las primeras ciudades con migración peruana.

Alex: arquero y canguro

El arquero del partido amistoso, un hombre de baja estatura, de piel trigueña y facciones delgadas, solo recuerda y sonríe. Para trabajar en el comercio informal, hace cinco años, tuvo que conseguir un “canguro, y trasladarse con su hijo, de cinco meses de edad, en los buses y mercados.

Escudarse en su bebé era la única forma para que no lo deportaran y le llevaran de regreso a la frontera. Las risas se calman y su rostro se torno serio.

Alex, de 30 años, procedente de Piura, insiste que los primeros años en el Ecuador fueron muy difíciles. La Policía de Migración y las Intendencias los deportaban como si fueran delincuentes. A él, lo sacaron del país por cuatro ocasiones. “Hay que hacerse panas de ellos, fuimos conociendo a la autoridad”.

Todos los que están en este espacio deportivo han sentido necesidades. La mayoría aún vive en cuartos de conventillos en el barrio El Vecino y las inmediaciones del mercado Nueve de Octubre (Cuenca). La idea es ahorrar, dice Oscar, un cuarto cuesta de 50 a 60 dólares al mes.

Él vive seis años en Cuenca. Los primeros años vivió con seis compañeros en una casa de 30 habitaciones. Allí compartían con indígenas del norte del país. La infraestructura en estos lugares es tan escasa que hay solo tres baños para todos los inquilinos. Luego fue con la familia de su hermano y ahora ambos viven en un departamento.

Final del partido

En los 30 minutos que dura el primero de cuatro partidos que jugarán hasta las 19:00, se han marcado dos goles. Hay un receso. Los celulares de muchos suenan, llaman otros de sus compatriotas para saber si aún siguen allí.

Wilfrido Prieto, de la ciudad de Sullana, (Piura) decidió no participar en el juego, sin embargo, es el encargado de medir el tiempo del partido. El enfatiza los avances que hasta ahora se ha logrado con el acuerdo bilateral de 2007 entre los gobiernos de Ecuador y Perú, que finalizó el 26 de octubre de este año.

Además hay un compromiso serio de que las cosas mejoren y la regularización de 1 854 ciudadanos, llegue a más de ellos, que aún no cuentan con todos los beneficios de la legislación ecuatoriana. El Estatuto permanente de regularización es el mecanismo que aún las Cancillerías de Ecuador y Perú están analizando. Hace poco, Segundo Vega, de 24 años, de Cajamarca, tuvo que según él “sobornar a un Policía en Machala”, para que no lo deporte.

Termina el juego. Hay que madrugar para estar listos para los días más intensos de la semana, el sábado y el domingo.

Día de feria

A las 06:00, las unidades de transporte interprovincial que se trasladan a la provincia de Cañar están llenas. Los comerciantes peruanos llevan sus maletas para comercializar sus productos. Alex, de 31 años, venderá hoy pantalones de lana, a seis dólares, en los mercados más concurridos de Azogues: Sucre y Recinto Ferial.

Sus artículos los trae de Lima. Todos los comerciantes informales como Oscar y Wilfrido lo hacen. Es ilógico, dice Alex, comprar aquí mismo, porque no se ganaría nada, por eso va cada 15 días a su tierra, realiza sus actividades comerciales y de paso visita a su familia. Wilfrido oferta, en cambio, unos plásticos azules, para la lluvia, los dividió en metros, uno cuesta un dólar y los tres, dos.

El dinero, dice Oscar, lo envía por empresas como Delgado Travel. Y es que es muy peligroso viajar con dinero en las carreteras, porque los asaltos son permanentes. Un dólar equivale a 2,15 soles.

En el pequeño mercado Sucre, que funciona a las orillas del Burgay en Azogues, hay por lo menos unos 50 peruanos. Algunos, como Jhon Guamán, de 24 años, se dedican de lunes a viernes a trabajar en la construcción y el fin de semana, a vender pañuelos.
Esto para ganar un poco más de dinero y llevarlos a sus familias, que están en constante contacto con ellos, a través de los celulares, pues muy pocos usan el internet.

Poco a poco, dice Oscar Rojas, los peruanos se han ido ganando los espacios dentro de las zonas de Azuay y Cañar, y hay muy pocas ciudadanos ecuatorianos que reaccionan negativamente hacia ellos. Se han acostumbrado a que les digan “peruchos” y que todavía, luego de los conflictos armados de Ecuador y Perú, hay ciertos resentimientos.

lunes, 4 de mayo de 2009

Los malabaristas del semáforo en Cuenca


Son las 20:00 y Boris, de 11 años, inicia las acrobacias de su segunda jornada laboral. Llegó, como todos los días a las 09:00, acompañado de una vieja mochila negra, que es el soporte de sus múltiples instrumentos de trabajo.


El puente de El Centenario, en la esquina de la avenida Doce de Abril y calle Benigno Malo, (Cuenca) se convierte, en segundos, en su mesa de labores. Boris deposita ahí, una caja de fósforos y un recipiente de aceite, que ahora contiene gasolina. Su compañero Andrés, en una especie de ritual, le entrega tres palos, que tienen en la punta un caucho y juntos los encienden.


Luego, cuando el semáforo está en rojo, se apresura a hacer sus malabares. Es una labor de oportunidad, pues tiene menos 40 segundo para convencer al público (los conductores que circulan por el sitio), que lo hizo bien y se merece una contribución económica.


Uno de los palos está en el aire, mientras los dos, pasan en segundo por las manos de este niño relativamente más pequeño, que las personas de su edad, con cara sucia, que aún no se decide a estudiar en el colegio, y que cree que este trabajo repetitivo es su mejor elección.


Su acto principal es colocar en la punta de su nariz, uno de los palos que aún están encendidos, y mantenerlo por unos tres segundos. Lo hace y se apresura a cruzar en medio de los autos, a punto de moverse.


El semáforo vuelve a permitir que los vehículos circulen. Esta vez, solo recibió unos 30 centavos de dólar, los deposita en un pequeño recipiente de plástico quemado y se prepara para su segunda oportunidad.

Andrés, de 11 años, es su compañero de trabajo. Esta noche decidieron trabajar en la misma esquina, pero sin depositar el dinero en el mismo recipiente. Andrés dice que durante todo el día, si hay suerte y no hay lluvia, obtienen 15 dólares, pero no explica en que los invierten.

El trabajo inició hace tres años. Andrés con su primo Juan, quien está cerca de ellos, en la esquina de la Solano y Doce de Abril, decidieron terminar la escuela y laborar en cualquier “cosa”.

Primero vendían caramelos en la misma esquina, luego se les presentó la oportunidad, dicen, de aprender este oficio de malabares y acrobacias, con dos jóvenes peruanos. Fueron estas personas, quienes les enseñaron a trabajar con el fuego, palos, pelotas y un sinnúmero de instrumentos.

Para Boris, quien en cuarenta minutos, ha hecho más de 15 presentaciones, esto es un juego extenuante.

Andrés lleva unos guantes, que tienen indicios de hacer sido rojos y ahora por las constantes prendidas de fuego, es negro y tiene pequeños agujeros. Boris enciende el fuego para Andrés y en segundo, ya está en medio de la calle y en un solo grito “Buenas Noches”, repite el mismo acto que su amigo, en su última presentación.

Son las 21:30 y la continua circulación vehicular ha desaparecido. Boris hace sus acrobacias para solo un vehículo y su gasolina está a punto de terminar. Cuenta el dinero y aún no se puede ir, porque no ha completado los 15 dólares.

Hace seis presentaciones más sin mucho resultado. A las 22:00 tiene que volver a su casa ubicada en la avenida Don Bosco para descansar y volver a las 09:00 del día siguiente.

sábado, 25 de abril de 2009

En Alausí empieza un recorrido al pasado


El tiempo se detuvo en la estación del tren en Alausí. La edificación de piedra, un letrero blanco con la inscripción “Alausí: altitud 2347,0 m. a Quito a Durán”, y un autoferro estacionado hacen volver a los turistas a los primeros años de este medio de transporte. Es miércoles a las 04:30 y el silencio de la madrugada y la neblina de color gris dan la imagen de un verdadero museo.


En la oficina de telegramas, la ventana se convierte en el límite del pasado con el presente. Afuera sigue el movimiento nocturno de una ciudad despierta, modernizada, actual, dedicada en parte al turismo: cafeterías, internet, restaurantes.


Adentro una máquina de escribir Adler, un telégrafo ya oxidado que enviaba códigos de señales, a base de punto y rayas, a otras estaciones que aún funciona pero que no se le da uso, y un teléfono a manivela, son las huellas de la época dorada del ferrocarril.


Allí parece que todo se detuvo: los gorros negros, símbolo de los trabajadores ferroviarios, están en una bodega de unos 50 centímetros de ancho por un metro de largo, y una antigua banca de madera a punto de desplomarse por el peso de los turistas, completan el panorama de la estación que se construyó a finales del siglo XX.


Preparación
Sergio Luna, de 46 años, madruga tres veces a la semana. A las 5:30 es el primero de una fila inexistente, ubicada cerca de un autoferro privado. Sus ojos rasgados y su piel morena reflejan su ascendencia costeña e indígena: uno de su abuelo fue de Guayaquil y su abuela de Alausí. El uso del ferrocarril acortó las largas distancias, la Costa y la Sierra se unieron y también lo hicieron los costeños con los serranos.


Su mezcla familiar es una de las muchas de las cosas que Luna le debe al ferrocarril. Ama el tren, lo que es fácil de explicar, ha sido el sustento de su familia, porque por más de 20 años se desempeñó como maquinista y es una de las personas que viven junto a la línea férrea. Ahora se gana la vida comprando los pasajes para los turistas, todos extranjeros, los nacionales, asegura, no tienen dinero para invertir en estas cosas. Está vez comprará más de 30.


El jefe de la estación, Kléber Altamirano, es el más esperado. Él debe vender los boletos.


La vieja silla de madera resiste ahora el peso de cuatro turistas alemanes, quienes ansían recorrer el que, según las guías de turismo que entregan a los visitantes, es el camino del tren más peligroso y sinuoso del mundo: La Nariz del Diablo.


Lucy Hartwell (34) una de las turistas, lee la historia en un pequeño manual sobre la “loca” idea de Eloy Alfaro, cuando asumió el poder en 1895, de finalizar la construcción de ferrocarril y llevarlo hasta las alturas de los Andes.


Sus enemigos políticos, menciona el manual, dijeron que era una patraña para asaltar los fondos del Estado, pero su ingenio pudo más.


Ahora, el Gobierno intenta rehabilitarlo. En octubre de 2007, el presidente Rafael Correa se comprometió a restaurar todo el sistema ferroviario. Los trabajos se incluyeron en una declaratoria de emergencias.


La lectura de Hartwell se interrumpe. Altamirano aparece y retumba, en las paredes de la estación, el delicado sonido del pito que se produce al tocar el cordel de autoferro, listo para comenzar el primero de los tres recorridos que realizará ese día. Allí está sentado Sergio, en primera fila, quien dice que valió la pena madrugar. Esperará a sus viajeros que partirán en el segundo viaje en su restaurante, ubicado a dos cuadras de la estación.

El viaje

La estación cobra vida. 50 turistas, entre europeos y estadounidenses, hacen fila para subir al techo del tren. No importa la incomodidad de sentarse junto a unos duros tubos de acero con tal de observar, con más detalles, el recorrido que tiene 15 kilómetros.


Desde hace un año, se autorizó a los turistas ir en el techo. Y es que un accidente acabó con la vida de uno de ellos, cuando se golpeó con un alambre atravesado en la vía. Por eso, se colocó un tubo largo para que puedan agarrarse y como recomendación se les pide que no se pongan de pie cuando está en movimiento.


Los maquinistas Hugo Isa y Gonzalo Guillén se colocan sus gorros negros y empieza el viaje de una hora y media.


El autoferro y los pocos vehículos que circulan en Alausí a las 08:00 comparten armónicamente la línea férrea, que conservan las despostilladas maderas, colocadas allí desde hace más de 70 años. Son los durmientes que todavía resisten el peso de unas siete toneladas del autoferro, pero ya no del gran ferrocarril que ahora “duerme” en los talleres de Riobamba.


Los turistas parecen invitados especiales. Por las ventanas o por las puertas de las casas, los moradores se despiden de ellos. Es parte de ese “sagrado ritual”, que ya tiene cerca de un siglo. El próximo 25 de junio, los ferroviarios celebrarán 101 años de la llegada del tren en la estación de Chimbacalle en Quito.


Hugo no se muestra muy atlético, pero las apariencias engañan. Como la máquina no puede virar, durante el trayecto él tiene que bajar del autoferro en movimiento para cambiar manualmente la dirección de las rieles.


Además, sube al techo en pleno movimiento para recibir los pasajes y dar una explicación técnica del estrecho camino de 1,80 metros de ancho y que tiene más de 20 curvas en zigzag.


CAMINO
La ruta: un ingenio de construcción de Jhon Hartman, un estadounidense contratado por Alfaro, no tiene un paisaje espectacular, es más bien seco, está lleno de quebradas, riscos y la línea férrea pasa cerca de los ríos: Alausí y Chanchan. Pero esto, a los turistas no les interesa, para ellos es espectacular. Sacan sus cámaras y no hay un solo momento, durante el trayecto, que no estén listos para obtener fotos.


Cerca del lugar de la montaña llamada Nariz del Diablo, dos columnas de mármol blanco en ruinas atestiguan que alguna vez hubo movimiento en Simbambe, una estación que murió cuando la vía férrea a Cuenca se dejó de usar. Allí se bajan unos cinco trabajadores quienes tienen la misión de reconstruir la historia. Ellos desde el pasado 7 de mayo de 2008, iniciaron la restauración de este espacio, que tiene una inversión de 85.600 dólares.


El autoferro se detiene e Isa vuelve a cumplir sus funciones: cambia de dirección para que José Luis Ruilova, el conductor baja en retro y vuelva a subir por el abrupto zigzag al filo de la montaña que, por la forma y la satanización de la obra, le llamaron Nariz del Diablo.


Los turistas están satisfechos listos para regresar otra vez a Alausí, en donde se reencontrarán con el presente.

martes, 21 de abril de 2009

QUÉ PASARÍA


Qué pasaría si mañana no despierto…
si decido que mi tiempo debe detenerse.
Qué pasaría si mi energía volviera al universo.
Al principio…donde todo nace y todo muere.
Qué pasaría, si la oscura noche
se apoderara de mi cuerpo y se apagara
mi clara luz, mi esencia.
Qué pasaría, si mis ojos se cerraran
para siempre y mi mente, mi conciencia
olvidara mis 29 años de existencia:
de lo recorrido de lo vivido. ¡Qué pasaría!

Qué pasaría con tus manos
al soltarse con las mías
¿Te caerías?, ¿Te importaría?
Estoy en un cuarto que recrea
mi rincón de hace cuatro años, autoexiliada.
preguntándome ¿Qué pasaría?
Estoy con un nudo que trastorna mis sentidos,
preguntándome, ¿Qué pasaría? ¿Me extrañarías?
¿Seguirías tu vida igual, así de sencilla?
La tristeza inunda mi mente,
las lágrimas corren finas por mi rostro
y me pregunto ¿Qué pasaría con los míos
al explicarles que ya no quiero vivir la vida?
¿Lo comprenderían?

domingo, 5 de abril de 2009

El auto ferro volverá a recorrer El Tambo


Tres personas caminan en el lugar. Inspeccionan minuciosamente a ocho trabajadores; cuatro de ellos, empujan un vehículo de madera por la línea férrea recién reconstruida. Los cuatro restantes caminan tras sus compañeros, llevan palas que les servirá para cargar tierra en este pequeño transporte.

Una de esas personas, Luis Antonio Zhilbi, de 54 años, tiene una zapatería cerca del inicio de la línea férrea del cantón El Tambo (Cañar) donde 110 trabajadores laboran desde el pasado 16 de marzo, de lunes a domingo, para tener listo el tramo El Tambo-Coyoctor el 18 de abril.

Camina detenidamente por unos 50 durmientes, que son grandes trozos de madera, que ya están colocados en la rieles, pero que aún no están cubiertos con ripio. Se detiene y vuelve a caminar despacio.

Tenía 10 años cuando podía disfrutar del paso del ferrocarril. Luego se convirtió en el zapatero de los ferroviarios. Era una época donde la producción y comercialización agrícola dependía de este medio de transporte.

La línea férrea está ubicada a 800 metros del parque central de El Tambo y es paso obligatorio para ir a Ingapirca. El tramo reconstruido de 3.3 kilómetros, donde “descansan” 5.200 durmientes, está rodeado de casas y pequeños parcelas de maíz, por eso, los trabajadores son observados por moradores que vienen y van.

La emoción es generalizada. Cerca del inicio del tramo, está detenido un pequeño autoferro, que desde hace 12 días que llegó, en comodato, a la estación recién recuperada por la Municipalidad del cantón, se convirtió en la atracción de todos los moradores, que esperan ansiosos su partida.

Y es que todo parece una reconstrucción del pasado. La misma Municipalidad realizó la restauración del antiguo hotel Nissa, donde ahora funciona un museo con piezas arqueológicas halladas en el complejo Baños del Inca, donde llegará el autoferro.

Eddy Yánez, uno de los moradores, no se cansa de venir con sus dos hijos a mirar cómo el pasado vuelve; hace apenas tres semanas se veía poco adelanto, pero ahora se habla de un 65 por ciento de avance de obra. Esto es confirmado por Marco Redrovan, el ingeniero encargado de los trabajos emprendidos por la Empresa de Ferrocarriles del Ecuador.

Los niños cambian las direcciones de las rieles del tren y la vuelven a colocarlas en su lugar. Todos coinciden en la esperanza, de que este proyecto de un millón 500 mil dólares, mejorará el turismo en la zona y podrá en funcionamiento negocios como cafeterías. Pero aún todo está en ideas.

jueves, 26 de marzo de 2009

En el oficio vale la pena reflexionar o recordar...

Las tareas propias de un reportero le dejan muy poco tiempo para reflexionar sobre su propio oficio.
Un periodista en un medio pequeño tiene que llenar una página completa de 11.000 caracteres y apenas tiene unas cuatro horas para obtener la suficiente información, que por cierto debe ser interesante e importante para sus lectores.
El día empieza temprano y termina muy tarde con la misma interrogante de todos los días: la agenda de mañana, lo importante para la gente, lo que les podrá servir para hacer sus vidas más fáciles.
A las 08:00 cuando revisa el periódico, se da cuenta de la calidad de su producto y que hoy tiene una página en blanco para hacerlo mejor.
"La pausa en el vértigo", algo que escuché varias veces de varias personas me ha servido para reflexionar sobre mi propia manera de hacer mi oficio, al que le tengo un fuerte y serio apasionamiento.
Salir del diario donde trabaje por algún tiempo, me ha dado la oportunidad de darme esa pausa. Claro que no he dejado de trabajar en mi oficio, lo hago en un periodico electrónico que amo como si fuera mio, aunque no lo és.
Hace algunos meses llegó a mis manos tres libros de Kapuscinski, uno de los periodistas referentes de este oficio colectivo, como él llama al periodismo, pero solo hace cuatro días, abrí uno de un ellos "El mundo de hoy", una recopilación interesante de su anotaciones, su vida, la forma como hizo su oficio, los esfuerzos, como llegaba a la gente, en fin.
Si bien, muchas de las reflexiones las he oído de personas cercanas, de otros periodistas, de gente como uno de mis editores, que aunque era un egocentrísta innato, conocía del oficio, es importante recordarlo constantemente, para que se vuelva una forma de vida.
He subrayado, he vuelto a escribir algunas frases y me obsesionado con el libro, todavia no lo termino, lo estoy dirigiendo de a poco, para reflexionarlo y sacar mis propias conclusiones.
Kapuscinski reitera el vínculo estrecho que tienen los periodistas como la gente. "El reportero es esclavo de la gente, no puede hacer más que la gente lo permita...el periodismo se cuenta entre las profesiones más gregarias que existen, porque sin los otros no podemos hacer nada. Sin la ayuda la participación, la opinión y el pensamiento de los otros no existimos.
"El reportero de verdad no se aloja en el Hilton, sino que duerme ahí, donde lo hacen los héroes de sus relatos, come y bebe lo mismo que ellos. Solo así podrá escribir un texto honesto.
También habla sobre las fuentes de información como las utilizamos y como las seleccionamos y aunque las reflexiones de Kapuscinski no son nada nuevas vale la pena mencionarlas. "La única medida que se puede, si disponemos de tiempo, consiste en juntar el mayor número de opiniones, para poderlas equilibrar y hacer una selección.
La última reflexión...

"Si entre muchas verdades, tú eliges una sola y la persigues ciegamente, ella se convertirá en falsedad y tú en un fanático".