lunes, 4 de mayo de 2009

Los malabaristas del semáforo en Cuenca


Son las 20:00 y Boris, de 11 años, inicia las acrobacias de su segunda jornada laboral. Llegó, como todos los días a las 09:00, acompañado de una vieja mochila negra, que es el soporte de sus múltiples instrumentos de trabajo.


El puente de El Centenario, en la esquina de la avenida Doce de Abril y calle Benigno Malo, (Cuenca) se convierte, en segundos, en su mesa de labores. Boris deposita ahí, una caja de fósforos y un recipiente de aceite, que ahora contiene gasolina. Su compañero Andrés, en una especie de ritual, le entrega tres palos, que tienen en la punta un caucho y juntos los encienden.


Luego, cuando el semáforo está en rojo, se apresura a hacer sus malabares. Es una labor de oportunidad, pues tiene menos 40 segundo para convencer al público (los conductores que circulan por el sitio), que lo hizo bien y se merece una contribución económica.


Uno de los palos está en el aire, mientras los dos, pasan en segundo por las manos de este niño relativamente más pequeño, que las personas de su edad, con cara sucia, que aún no se decide a estudiar en el colegio, y que cree que este trabajo repetitivo es su mejor elección.


Su acto principal es colocar en la punta de su nariz, uno de los palos que aún están encendidos, y mantenerlo por unos tres segundos. Lo hace y se apresura a cruzar en medio de los autos, a punto de moverse.


El semáforo vuelve a permitir que los vehículos circulen. Esta vez, solo recibió unos 30 centavos de dólar, los deposita en un pequeño recipiente de plástico quemado y se prepara para su segunda oportunidad.

Andrés, de 11 años, es su compañero de trabajo. Esta noche decidieron trabajar en la misma esquina, pero sin depositar el dinero en el mismo recipiente. Andrés dice que durante todo el día, si hay suerte y no hay lluvia, obtienen 15 dólares, pero no explica en que los invierten.

El trabajo inició hace tres años. Andrés con su primo Juan, quien está cerca de ellos, en la esquina de la Solano y Doce de Abril, decidieron terminar la escuela y laborar en cualquier “cosa”.

Primero vendían caramelos en la misma esquina, luego se les presentó la oportunidad, dicen, de aprender este oficio de malabares y acrobacias, con dos jóvenes peruanos. Fueron estas personas, quienes les enseñaron a trabajar con el fuego, palos, pelotas y un sinnúmero de instrumentos.

Para Boris, quien en cuarenta minutos, ha hecho más de 15 presentaciones, esto es un juego extenuante.

Andrés lleva unos guantes, que tienen indicios de hacer sido rojos y ahora por las constantes prendidas de fuego, es negro y tiene pequeños agujeros. Boris enciende el fuego para Andrés y en segundo, ya está en medio de la calle y en un solo grito “Buenas Noches”, repite el mismo acto que su amigo, en su última presentación.

Son las 21:30 y la continua circulación vehicular ha desaparecido. Boris hace sus acrobacias para solo un vehículo y su gasolina está a punto de terminar. Cuenta el dinero y aún no se puede ir, porque no ha completado los 15 dólares.

Hace seis presentaciones más sin mucho resultado. A las 22:00 tiene que volver a su casa ubicada en la avenida Don Bosco para descansar y volver a las 09:00 del día siguiente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esta es una nota vieja ya, que habla sobre un capítulo oscuro sobre la historia de divertir a la gente en los semáforos de Ecuador:
http://www.malabarismo.cl/general/articulos/10_derechos_humanos.htm


saludos!
y gracias por la nota de estos niños que aprendieron con unos peruanos.