lunes, 28 de septiembre de 2009

Peluquero: un oficio de otra época



La primera planta de la Casa de los Arcos, (La Condamine y Tarqui) un sitio patrimonial, parece un museo. O por lo menos viejas sillas de marca Korem, incrustadas con un soporte de metal en el piso, provocan ese ambiente.

Diez espejos de todos los tamaños, muebles viejos, que aún tienen su utilidad para colocar las peinillas, tijeras, alcohol y toallas, dan cuenta de oficio que se desarrolla en el sitio. Una de las peluquerías para hombre más antigua de la ciudad.

Allí parece que todo se amontona. Hay por lo menos unas cinco sillas de madera, tinas de plástico, fundas, cepillos...

Guillermo Vázquez Arias (78 años) con un mandil blanco algo gastado, con bolsillos a los lados, y un gorro atiende a sus clientes, que vienen a cortarse el cabello desde hace más de 50 años. Los clientes más antiguos de este peluquero prefieren que él mismo los atienda.

Las manos de Guillermo, pese a su edad son ágiles y no hay mucha conversación con sus amigos al momento de laborar.

Él sabe los estilos de corte de cada uno y las instrucciones de las personas que se sientan en la vieja silla se limitan al uso de la máquina o solamente de la tijera para el corte de cabello.

Guillermo hace los últimos cortes y le retira una tela azul de la espalda de Juan, de 70 años. Le cobra un dólar y se despiden amistosamente. Luego descansa en una de sus sillas blancas igualmente viejas. Esta debe tener unos 100 años dice orgulloso de su silla, que fue heredada de su tío.

La decoración de la peluquería está mezclada con lo antiguo y moderno. Las fotografías de modelos actuales están contrastadas con posters y antiguos calendarios.

La decoración del techo y las paredes de una casa patrimonial de la época de la colonia de 1800, en cambio, dan un toque especial a esta peluquería, que es la mejor huésped de la Casa de los Arco, que ahora es administrada por la Universidad de Cuenca.

Un tío, al que no recuerda su nombre le enseñó el oficio. Uno de las cosas más difíciles fue usar un pedazo de cuero para afilar las navajas de afeitar y usarlas con los clientes. Ahora ellos prefieren las afeitadoras. Aunque él reconoce que los rostros quedaban más lisos.

No tiene muchos clientes, pero por lo menos 12 vendrán a visitarle duramente el día. Claro unos 50 años antes, su sitio de trabajo era el paso obligado para los que venían del sur, entonces descansaban y se cortaban el pelo, dice Guillermo.