sábado, 30 de mayo de 2009

Discriminación

Los rumores aparecieron de repente. En el salón de profesores no había otro tema de conversación: la posible exposición “abierta” a una enfermedad contagiosa. Iban y venían los comentarios, la manipulación de la información se hacía cada más grande y se habían inventado nuevas “verdades”, que en realidad eran mentiras producto de la ignorancia.

El silencio absoluto, se hacía incómodo, cuando la “enferma”, ingresaba al pequeño salón, donde los rumores empezaron. Los docentes, la mayoría con más de 20 años de experiencia en la educación de valores, buscaban cualquier pretexto para alejarse de la “peste”. Una supuesta enfermedad: tuberculosis.

Una simple infección de vías respiratorias se había vuelto un problema de salud general. La falta de comunicación, provocó una alerta de gigantes dimensiones. La única que no estaba enterada que tenía tuberculosis, era la directamente afectada por los comentarios y malos entendidos.

El valor de la solidaridad de un grupo de maestros que maneja ese precepto en las aulas, que por cierto no es practicado en la vida real, no apareció en escena.

A los tres días de rumores, la sensación de rechazo fue evidente. Los gestos de algunas de los “maestros”, los que están juntos a los estudiantes todos los días, era de desprecio y discrimen.

Pocos se acercaron a la enferma para cerciorarse de su posible enfermedad o tomar medidas serias para evitar el contagio en un establecimiento educativo de más de 900 estudiantes. La mayoría prefirió creer y callar.

La reacción de la “enferma” fue inmediata. Simplemente necesitaba remediar la situación…Se convirtió en victimaria y no víctima de una enferma, en este caso de una simple gripe.

Me pregunto si eso es lo que sienten las personas con infecciones más graves, como el VIH-SIDA, donde la ignorancia puede alcanzar altos niveles de discriminación. El aislamiento social es la única solución que conciben estas personas, entre ellos, estos seudos maestros, que se jactan de tener experiencia en resolución de problemas, conocimientos en valores e incluso un buen nivel de educación.

La pérdida de trabajo, por el simple hecho de estar enfermo, es una de las posibilidades más certeras. Los empresarios no desean tener enfermos contagiosos (VIH-SIDA, tuberculosos, e incluso algunos creen homosexuales) y por eso, recurren a la solución más rápida: la separación inmediata de sus cargos, cuando se enteran que hay esa posibilidad de enfermedad.

Por eso, aún en algunas empresas todavía persiste la necesidad de solicitar a sus nuevos empleados pruebas de VIH.

Claro, en el caso de la enferma con una simple gripe, luego de que un médico explicó a los “brillantes maestros” que no serán contagiados, las cosas volvieron a la normalidad.

jueves, 7 de mayo de 2009

Los goles de los peruanos se gritan en Azuay y Cañar


Publicado en www.ciudadaniainformada.com

La cancha de cemento de la calle del Obrero, (noroeste de Cuenca) es testigo de lo que hace apenas cinco años era imposible. Allí están los jugadores. Practican un deporte parecido al “indor” pero con una pelota más grande y menos pesada.

Las facciones de sus rostros no revelan su procedencia. La mayoría puede confundirse fácilmente con ciudadanos de la parte costanera del país o algunos, incluso de la sierra. Solo cuando hablan, las cosas cambian y es posible detectar que nacieron al otro lado de la frontera sur, en Perú.

Alrededor de la cancha, hay esparcidas unas 30 historias. Los hombres llegan de a poco, con sus mochilas e instrumentos de trabajo. Hay quienes se apresuran a terminar sus labores entre materiales de construcción y tractores y vienen a sudar nuevamente, esta vez con ropa deportiva. Otros, terminan sus oficios de vendedores informales a las 15:30 y se concentran.

Los esfuerzos para contener la ola migratoria a fin de impedir el paso ilegal de los vecinos por el Puente Internacional en Huaquillas han cambiado. Las autoridades han modificado sus estrategias y muchos de ellos, hasta son amigos de estos visitantes.

El cotejo sigue con refuerzos: dos policías de Migración se integran al partido. La apuesta es de dos dólares por cabeza.


Un “fulbito” con otros vecinos

La dolarización abrió la posibilidad de mejorar en algo las condiciones de vida de los peruanos y sus familias. La tentación de una moneda fuerte en relación con el Sol, fue tomando consistencia y de igual forma como pasó en Ecuador, pidieron dinero y se aventuraron a viajar a las ciudades más cercanas del otro lado de la frontera norte.

Luego se enfilaron en trabajos informales y todas las áreas laborales que, en cierta medida, habían dejado los ecuatorianos, quienes al igual que ellos, decidieron correr suerte en países más lejanos: Estados Unidos y España.

A sus 42 años, Oscar Rojas, de baja estatura y con innatas características de líder, da muestras de sus pocas ganas de regresar a Trujillo su ciudad de origen. Él es quien busca los espacios como el “fulbito” para organizar a sus compañeros en Cuenca, que según la Dirección Regional de Trabajo son algo así como 600.

Las zonas agrícolas de Cajamarca, Trujillo, Chiclallo y Piura son algunos de los sectores con mayor migración hacia el Ecuador. La falta de oportunidades laborales y el poco incentivo para desarrollar la agricultura, provocaron la salida de los campesinos, que sin duda tienen una historia muy parecida a los indígenas nacionales.

El destino favorito, por la cercanía a sus ciudades de origen fue Machala (El Oro), pero por la alta migración, buscaron otros sitios como Azuay, Cañar y Loja y pese a que en Azuay y Cañar se concentraron en las plantaciones de flores de Paute y en La Troncal, para la zafra, Cuenca se convirtió en una de las primeras ciudades con migración peruana.

Alex: arquero y canguro

El arquero del partido amistoso, un hombre de baja estatura, de piel trigueña y facciones delgadas, solo recuerda y sonríe. Para trabajar en el comercio informal, hace cinco años, tuvo que conseguir un “canguro, y trasladarse con su hijo, de cinco meses de edad, en los buses y mercados.

Escudarse en su bebé era la única forma para que no lo deportaran y le llevaran de regreso a la frontera. Las risas se calman y su rostro se torno serio.

Alex, de 30 años, procedente de Piura, insiste que los primeros años en el Ecuador fueron muy difíciles. La Policía de Migración y las Intendencias los deportaban como si fueran delincuentes. A él, lo sacaron del país por cuatro ocasiones. “Hay que hacerse panas de ellos, fuimos conociendo a la autoridad”.

Todos los que están en este espacio deportivo han sentido necesidades. La mayoría aún vive en cuartos de conventillos en el barrio El Vecino y las inmediaciones del mercado Nueve de Octubre (Cuenca). La idea es ahorrar, dice Oscar, un cuarto cuesta de 50 a 60 dólares al mes.

Él vive seis años en Cuenca. Los primeros años vivió con seis compañeros en una casa de 30 habitaciones. Allí compartían con indígenas del norte del país. La infraestructura en estos lugares es tan escasa que hay solo tres baños para todos los inquilinos. Luego fue con la familia de su hermano y ahora ambos viven en un departamento.

Final del partido

En los 30 minutos que dura el primero de cuatro partidos que jugarán hasta las 19:00, se han marcado dos goles. Hay un receso. Los celulares de muchos suenan, llaman otros de sus compatriotas para saber si aún siguen allí.

Wilfrido Prieto, de la ciudad de Sullana, (Piura) decidió no participar en el juego, sin embargo, es el encargado de medir el tiempo del partido. El enfatiza los avances que hasta ahora se ha logrado con el acuerdo bilateral de 2007 entre los gobiernos de Ecuador y Perú, que finalizó el 26 de octubre de este año.

Además hay un compromiso serio de que las cosas mejoren y la regularización de 1 854 ciudadanos, llegue a más de ellos, que aún no cuentan con todos los beneficios de la legislación ecuatoriana. El Estatuto permanente de regularización es el mecanismo que aún las Cancillerías de Ecuador y Perú están analizando. Hace poco, Segundo Vega, de 24 años, de Cajamarca, tuvo que según él “sobornar a un Policía en Machala”, para que no lo deporte.

Termina el juego. Hay que madrugar para estar listos para los días más intensos de la semana, el sábado y el domingo.

Día de feria

A las 06:00, las unidades de transporte interprovincial que se trasladan a la provincia de Cañar están llenas. Los comerciantes peruanos llevan sus maletas para comercializar sus productos. Alex, de 31 años, venderá hoy pantalones de lana, a seis dólares, en los mercados más concurridos de Azogues: Sucre y Recinto Ferial.

Sus artículos los trae de Lima. Todos los comerciantes informales como Oscar y Wilfrido lo hacen. Es ilógico, dice Alex, comprar aquí mismo, porque no se ganaría nada, por eso va cada 15 días a su tierra, realiza sus actividades comerciales y de paso visita a su familia. Wilfrido oferta, en cambio, unos plásticos azules, para la lluvia, los dividió en metros, uno cuesta un dólar y los tres, dos.

El dinero, dice Oscar, lo envía por empresas como Delgado Travel. Y es que es muy peligroso viajar con dinero en las carreteras, porque los asaltos son permanentes. Un dólar equivale a 2,15 soles.

En el pequeño mercado Sucre, que funciona a las orillas del Burgay en Azogues, hay por lo menos unos 50 peruanos. Algunos, como Jhon Guamán, de 24 años, se dedican de lunes a viernes a trabajar en la construcción y el fin de semana, a vender pañuelos.
Esto para ganar un poco más de dinero y llevarlos a sus familias, que están en constante contacto con ellos, a través de los celulares, pues muy pocos usan el internet.

Poco a poco, dice Oscar Rojas, los peruanos se han ido ganando los espacios dentro de las zonas de Azuay y Cañar, y hay muy pocas ciudadanos ecuatorianos que reaccionan negativamente hacia ellos. Se han acostumbrado a que les digan “peruchos” y que todavía, luego de los conflictos armados de Ecuador y Perú, hay ciertos resentimientos.

lunes, 4 de mayo de 2009

Los malabaristas del semáforo en Cuenca


Son las 20:00 y Boris, de 11 años, inicia las acrobacias de su segunda jornada laboral. Llegó, como todos los días a las 09:00, acompañado de una vieja mochila negra, que es el soporte de sus múltiples instrumentos de trabajo.


El puente de El Centenario, en la esquina de la avenida Doce de Abril y calle Benigno Malo, (Cuenca) se convierte, en segundos, en su mesa de labores. Boris deposita ahí, una caja de fósforos y un recipiente de aceite, que ahora contiene gasolina. Su compañero Andrés, en una especie de ritual, le entrega tres palos, que tienen en la punta un caucho y juntos los encienden.


Luego, cuando el semáforo está en rojo, se apresura a hacer sus malabares. Es una labor de oportunidad, pues tiene menos 40 segundo para convencer al público (los conductores que circulan por el sitio), que lo hizo bien y se merece una contribución económica.


Uno de los palos está en el aire, mientras los dos, pasan en segundo por las manos de este niño relativamente más pequeño, que las personas de su edad, con cara sucia, que aún no se decide a estudiar en el colegio, y que cree que este trabajo repetitivo es su mejor elección.


Su acto principal es colocar en la punta de su nariz, uno de los palos que aún están encendidos, y mantenerlo por unos tres segundos. Lo hace y se apresura a cruzar en medio de los autos, a punto de moverse.


El semáforo vuelve a permitir que los vehículos circulen. Esta vez, solo recibió unos 30 centavos de dólar, los deposita en un pequeño recipiente de plástico quemado y se prepara para su segunda oportunidad.

Andrés, de 11 años, es su compañero de trabajo. Esta noche decidieron trabajar en la misma esquina, pero sin depositar el dinero en el mismo recipiente. Andrés dice que durante todo el día, si hay suerte y no hay lluvia, obtienen 15 dólares, pero no explica en que los invierten.

El trabajo inició hace tres años. Andrés con su primo Juan, quien está cerca de ellos, en la esquina de la Solano y Doce de Abril, decidieron terminar la escuela y laborar en cualquier “cosa”.

Primero vendían caramelos en la misma esquina, luego se les presentó la oportunidad, dicen, de aprender este oficio de malabares y acrobacias, con dos jóvenes peruanos. Fueron estas personas, quienes les enseñaron a trabajar con el fuego, palos, pelotas y un sinnúmero de instrumentos.

Para Boris, quien en cuarenta minutos, ha hecho más de 15 presentaciones, esto es un juego extenuante.

Andrés lleva unos guantes, que tienen indicios de hacer sido rojos y ahora por las constantes prendidas de fuego, es negro y tiene pequeños agujeros. Boris enciende el fuego para Andrés y en segundo, ya está en medio de la calle y en un solo grito “Buenas Noches”, repite el mismo acto que su amigo, en su última presentación.

Son las 21:30 y la continua circulación vehicular ha desaparecido. Boris hace sus acrobacias para solo un vehículo y su gasolina está a punto de terminar. Cuenta el dinero y aún no se puede ir, porque no ha completado los 15 dólares.

Hace seis presentaciones más sin mucho resultado. A las 22:00 tiene que volver a su casa ubicada en la avenida Don Bosco para descansar y volver a las 09:00 del día siguiente.