jueves, 18 de octubre de 2007

El 1 de enero es el día de la Virgen de la Nube, la patrona de los emigrantes

A tres días de la procesión dedicada a la Virgen de la Nube, el movimiento de Azogues, la capital de Cañar, es especial. La poca actividad nocturna de sus habitantes se modifica con la llegada de los fieles de otras urbes del país.

Los visitantes se concentran en la iglesia de San Francisco, en la zona más alta de la ciudad. El silencio nocturno de las inmediaciones del templo lo reemplaza el bullicio. Se escuchan melancólicos y queditos cantos a la Virgen.

Los visitantes observan fijamente la imagen de la Virgen de la Nube en el altar mayor. Juntan sus manos e inician el ritual religioso.

Seis sombreros de varios colores, decorados con plumas, reposan en el piso, mientras sus dueños, sentados en la primera banca de la iglesia, intentan concentrarse. Junto a ellos están 54 personas, entre niños y adultos.

Son devotos provenientes de Sangolquí, en Pichincha. Ellos no necesitan buscar dónde pasar la noche. El sacerdote, quien presidió por 40 minutos la misa (28 de diciembre), los conduce a un albergue. 30 personas más, de Ambato y Loja, los siguen.

Todos los años, los vecinos y la familia de José Llumitasig, de 26 años, recorren por una semana los santuarios de Loja, Azogues y Ambato. Para él, la Virgen de la Nube es la que más favores concede, “por eso la fe es más fuerte”.

Pocos minutos después trasladan una enorme olla y una cocineta para preparar los alimentos. Cada uno ahorra todo el año unos 40 dólares para hacer el recorrido.

José, en un español precario, cuenta que ella (la Virgen) curó a su madre de una enfermedad y llevó a su hermano a España.

En otro cuarto, Etelvina Chichollagi (74), con su hijo Segundo Quinde y sus nietos, se prepara para descansar. Todos los años llegan, desde Loja, dos días antes de la masiva procesión en honor a la Virgen, el 1 de enero.

“Tuve una enfermedad y no podía moverme. Con sacrificio llegué a Azogues hace 20 años, un 28 de diciembre para pedirle sanación. Ahora cumplo la promesa”, dice esta mujer, que lleva un abrigo que le protege del frío.

El 1 de enero, en la Avenida de la Virgen, una estrecha calle que conduce al santuario franciscano, se vive una fiesta. Las ventanas de las casas están decoradas con globos azules y pancartas.

A las 04:00, los moradores del sector instalan sus negocios. Martina Ullauri coloca un letrero para promocionar la venta de chancho hornado y papas con cuero. Tres horas después, al frente, José Rendón comercializa velas en una canasta de paja toquilla.

Por este día, tres niños dedicados a limpiar zapatos abandonan sus puestos habituales en el parque central y buscan a nuevos clientes, en la zona alta de la urbe.

Uno de ellos, Andrés Quezada (9 años), con su caja de herramientas, ofrece sus servicios. “El 1 de enero es el mejor día del año por la cantidad de clientes”.

Su sitio estratégico es el interior del convento, que tiene una forma redonda. Allí, siete sacerdotes confiesan a los fieles. En la fila del padre Vicente de la Cruz, 10 personas esperan su turno.

En la parte baja de la iglesia y en el mercado cercano, los negocios están abarrotados. Es el mejor día del año, confirma Andrea Pesántez, quien usa un multicolor delantal. Ella sirve secos de pollo a 15 miembros de la familia Fernández, oriunda del cantón Cañar.

Se apresura porque faltan contados minutos para el inicio de la misa principal. A las 10:00, José Andrade (65) camina para atrás y alza sus manos, mientras observa fijamente a la Virgen.

La imagen llega cargada por miembros de la Asociación Caballeros de la Virgen, a la plaza San Diego de Alcalá, donde la esperan cientos de personas.

Para José, de Santo Domingo de los Colorados, caminar para atrás es una promesa para sanarse de su enfermedad. En ese instante, un mariachi canta y la multitud, que supera las 500 personas, fervorosamente aplaude.

Apenas pasaron 10 minutos y la plaza ya está saturada. La gente usa sombrillas para protegerse del sol. Juan y Karla Orejuela (39) y (36) viajaron durante 13 horas para visitar a su ‘reina’. Son de Corriente Larga, Esmeraldas, cerca de la frontera con Colombia.

Con las manos juntas y el ceño fruncido por el sol, Juan recuerda que desde hace 15 años agradece a la Virgen por sus favores. Las escalinatas que conducen al santuario y las calles adyacentes también están colmadas.

En el último escalón, Fernando Suárez (18) aprovecha el clima para vender helados. Es peruano y desde hace tres años participa de la procesión. “Si no llego a Azogues las ventas del año serán malas”.

Los choferes de buses ofertan sus servicios, antes de que acabe la misa. Los devotos se van y Azogues vuelve a su tranquilidad habitual.

A las 18:00, las calles están vacías. Es el turno de 60 mujeres, quienes se apresuran con pequeños carros y escobas a recoger los desperdicios. Cerca de 37 toneladas de basura dejaron los fieles.

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