jueves, 18 de octubre de 2007

Inundación del Yanuncay dejó destrozos a su paso

A pocos metros de su improvisado hogar, María Rosalina Naula, de 80 años, recoge algunos palos, que fueron las vigas de su casa, para hacer una hoguera y empezar a cocinar. Los pocos enseres que tenía en su vivienda de adobe, en Barabón a unos 2 kilómetros del centro parroquial de San Joaquín (Cuenca), ahora destruida, quedaron inservibles, por la inusual crecida del río Yanuncay, el pasado jueves en la tarde.

Un lodo espeso cubre una gran parte de sus sembríos de maíz y las dos carpas entregadas por el Ejército, sirven para que ella, su hija Carmelina y sus sietes nietos tengan un refugio. Según ella, antes de la creciente del río, no tenían mucho, pero ahora no tienen nada. La incomodidad es evidente, aunque reconoce el apoyo de sus vecinos y de las autoridades que le proporcionaron tres colchones, cobijas y alimentos.

Por las constantes lluvias, las carpas están llenas de lodo y humedad. En un tanque con agua, Rosalina intenta lavar una pequeña olla, de un color intensamente negro y que da indicios de haber sido amarilla, para colocarlo en la hoguera.

En el sector, desde el viernes, unos cinco vecinos limpian sus viviendas. A una cuadra de Rosalina Naula, con pico y maquete, Julio Matute (77) y su esposa María Dolores Arpi, cortan los carrizos que quedaron de su casa, que el jueves, se derrumbó. Ellos escarban entre los escombros para rescatar a sus animales, una docena de cuyes. También trasladan las tejas del techo y las apilan a un costado de lo que queda de su vivienda, que también está en peligro de caerse.

La poca ropa que rescataron tiene un color gris y por la fuerza del agua está perforada.

Con dificultad y visiblemente cansado, con la ayuda de su esposa, Julio Matute alza un gran palo para sacar a uno de sus animales. “Ella (su esposa) quería entrar a salvar a los cuyes y algunos utensilios pero le pedí que no fuera, por eso está viva”, dice el hombre con un tono de angustia.

En la zona, unos ocho miembros del Ejército resguardan la margen del río y lo que queda de los puentes peatonales, que fueron socavados por la corriente. Esto para evitar que los niños se caigan. Además atienden a unas 25 familias afectadas, de cerca de 100 personas.

Siguiendo el curso de este río, en su zona baja, ya en el centro urbano de Cuenca, también se realizan labores de limpieza. La retroexcavadora del Municipio retira del río, una decena de frondosos árboles que fueron sacados de sus raíces por la corriente.

El parque de la Escuela de Bomberos desapareció y solo quedó, en medio de piedras y lodo un juego infantil. En el sector la casa más afectada es la del Club Rotario. José Quituizaca empleando una manguera, limpia el lodo que quedó en las sillas de este organismo social, mientras que María Eugenia Vélez y cinco personas más, lavan utensilios de cocina e intentan sacar el lodo que todavía permanece en el sitio.

Los moradores, como Freddy Rivaneyra, todavía no creen que en minutos las aguas del río Yanuncay se convirtieron en una peligrosa corriente, que estaba a punto de arrastrarlos.

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